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Por

Ana Changuín,

09 de diciembre 2024 • 05:02 hs

Llegué a Quito con 17 años, desde mi natal Manabí, cargada de ilusiones y el temor propio de quien busca horizontes más amplios. Como a tantos otros, esta ciudad me acogió con un cariño especial, brindándome no solo un lugar donde vivir, sino un verdadero hogar. Me dio educación, amistades que se convirtieron en familia y la posibilidad de luchar por mis sueños. Más que una capital administrativa, Quito es el epicentro de lo público, un espacio donde las ideas, las expresiones culturales y los cambios sociales se gestan y se proyectan hacia el resto del país.

En Quito coexisten subculturas urbanas que reflejan su riqueza y complejidad. La diversidad está presente en los jóvenes, en los barrios, mercados y tradiciones, donde la herencia andina se cruza con influencias contemporáneas y migraciones internas. Aunque no podemos ignorar que aún existen segregaciones sociales y desigualdades evidentes, Quito es un espacio donde la convivencia, aunque imperfecta, nos recuerda el poder del encuentro en la diversidad.

En Quito convive una dualidad fascinante: por un lado, es cuna de intelectuales, artistas y políticos que han marcado la historia del Ecuador; por otro, es hogar de personas trabajadoras y soñadoras que, desde su cotidianidad, sostienen el alma de la ciudad. Aquí se entrelazan herencias andinas y coloniales con dinámicas contemporáneas, haciendo de la quiteñidad una identidad en constante evolución. Planteado desde la antropología, se dice que la identidad es un proceso dinámico que se redefine con cada interacción social, entonces Quito es un vivo ejemplo de cómo una ciudad puede transformarse sin perder su esencia.

Tengo claro que la capital enfrenta retos que ejemplifican su complejidad y ponen a prueba su resiliencia: la falta de empleo formal, las dificultades en la movilidad, la contaminación, los incendios forestales que devoran sus laderas y las movilizaciones sociales que, aunque disruptivas, son una expresión legítima de las desigualdades que nos atraviesan. Estos desafíos no solo nos interpelan como habitantes, sino que también reflejan las tensiones estructurales que afectan al país.

Pero más allá de los desafíos, Quito se sostiene sobre valores que trascienden generaciones: la solidaridad, la hospitalidad y la convicción en el esfuerzo compartido. La ciudad se convierte entonces en un proyecto social que requiere nuestro compromiso para seguir construyendo un futuro donde la cultura, la política y la convivencia puedan florecer en armonía.

En esta Fundación de Quito, celebremos no solo su pasado, sino su capacidad para imaginar un porvenir. Porque en sus calles, llenas de historia y sueños, late la posibilidad de construir un Quito que inspire y lidere el cambio, no solo para quienes habitamos sus montañas, sino para todo el Ecuador. Te quiero, Quito.

 

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